Érase una vez una mujer que tardó mucho en su trabajo y cuando lo terminó ya era muy tarde. No había nadie en la calle ni las luces, por lo que se sentía un ambiente demasiado terrible.
Al cruzar un arco oscurísimo de un puente antiguo, sopló un viento y en ese momento, la mujer se dio cuenta de un ruido raro, como si hubiera alguien que le persiguiera. Tenía mucho miedo sin saber qué podía hacer, sólo anduvo al trote queriendo llegar lo antes posible a casa. Sin embargo, oyó que ¡los pasos aceleraron también! La mujer iba corriendo hacia un parque, gritando y, por fin se escondió en un cuarto de baño. Pero apenas tenía tiempo para jadear, el perseguidor entró en el retrete y abrió las puertas de los cuartos uno tras otro. Como el suyo estaba al fondo, ella sólo esperó reteniendo el alimento, desesperada.
El sonido se acercó y se acercó. No obstante, el desconocido dejó de hacerlo cuando abrió la penúltima puerta. La mujer no sabía por qué no oía nada fuera, a lo mejor ya se había oído el horrible perseguidor, a lo mejor no. No se atrevía salir del cuarto hasta la madrugada. Ya eran más de cinco horas sin ningún sonido, por eso ella estaba convencido de que se había terminado la crisis. Antes de salir, la mujer levantó su cabeza inconscientemente y vio un aspecto terriblísimo:
Un hombre estaba en el techo mirándole a ella, como si la esperara por toda la noche.
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